miércoles, 4 de junio de 2014

¡Hajime, Jedi! Un Estudio Introductorio De Los Diversos Enfoques De Las Artes Marciales En La Ciencia Ficción



Por José Miguel "Yoss" Sanchez [1]

Para Douglas Calvo Gaínza, para Eric Flores Taylor.
Guerreros del cuerpo y de la mente.


BREVE PRÓLOGO PARA ACLARAR ALGUNAS GENERALIDADES  
Ante todo, cabe aclarar que, aunque en rigor el vocablo derive del latín, relativo al romanísimo Marte, dios de la guerra, al decir “artes marciales” nos referiremos aquí, sobre todo y casi exclusivamente, a disciplinas orientales.
No se trata de que el boxeo, la lucha libre o la esgrima con florete y con bayoneta al estilo occidental no sean efectivas contra un oponente o en el campo de batalla; es sabido que la eficacia de un determinado sistema de combate depende y dependerá siempre del grado de preparación de quien lo utiliza. Un buen boxeador puede derrotar a un mal karateka, y viceversa.
Sucede que, en nuestro planeta, ha sido sobre todo en las culturas de Oriente donde los métodos de lucha se han sistematizado hasta el punto de dejar atrás prácticamente todo empirismo o improvisación. En estas disciplinas, los niveles de destreza de sus practicantes ya no están sólo determiandos por sus años de  entrenamiento; tienen diferencias no ya de grado y continuas, sino de clase, discretas y tradicionalmente estratificadas en kyus, dan, cinturones de diversos colores, etc. De este modo constituyen auténticas escuelas, filosofías, e incluso ¿por qué no? sofisticados lenguajes corporales, a veces más emparentados con la estética de la danza o la acrobacia que con la simple supervivencia o preponderancia sobre un adversario hostil. Y el autodominio de los propios cuerpo y mente en su objetivo a ultranza.
Por ello, no en balde la CF, en repetidas ocasiones, ha tomado prestadas características y/o habilidades tradicionalmente asociadas con la práctica continuada y sistemática de estas disciplinas para enriquecer la caracterización de sus protagonistas o antagonistas, en tanto que personajes con poderes sobrehumanos, o al menos dotados de destrezas no convencionales, en lo que a fuerza, velocidad, destreza, resistencia física o autocontrol corporal se refiere.
Y ni hablar de esa tierra de nadie entre fantasía y CF, las historias de superhéroes.
Es preciso tener en cuenta también que las artes marciales, en su particular dualidad de sistemas de combate con o sin armas, (lo que siempre implica dañar en mayor o menor medida al oponente para prevalecer sobre él), y de métodos para alcanzar la perfección física y mental, constituyen un fenómeno de gran complejidad, a cuyo estudio han dedicado largos años filósofos y educadores físicos, que se han debido adentrar en su milenaria y enrevesada historia.
Emular su erudita labor no constituye en modo alguno el objetivo de este trabajo, que, por el contrario, apenas si pretende realizar un breve y necesariamente somero recorrido por las representaciones de esta porción de la cultura en el género de la CF, tomando para ello como ejemplos algunos filmes y novelas, entre las que incluiremos algunas de autores nacionales, y reflexionando un poco en torno a cada uno.
EN EL CINE
De todos es conocido el cine de artes marciales, subgénero en el cual, salvo escasas y honrosas excepciones, las habilidades atléticas de los intérpretes-deportistas suelen estar muy por encima de sus capacidades actorales. Sirvan de ejemplo Jean Claude Van Damme, Steve Seagal y Chuk Norris, entre muchos otros.
Sin embargo, ocasionalmente (o no tanto) en filmes de otros géneros aparecen personajes cuyas destrezas combativas, debidas directa y explícitamente a las artes marciales, tienen un peso fundamental e incluso decisivo en la trama. En tanto que  imagen, una secuencia vale más que mil palabras, y en lugar de decir que un personaje es fuerte y temible, resulta mucho más convincente mostrarlo en acción. Lo que, por supuesto, exige a los actores que los interpretan un grado de preparación física que no es habitual… tengan o no la ayuda de exquisitos efectos especiales como cables “invisibles”, o sofisticadas digitalizaciones de la imagen de cámara.
No es excepción el cine de CF, dentro del cual incluso algunos de los “héroes de acción marciales” arriba mencionados han protagonizado interesantes historias[2]. No obstante, las 3 películas que examinaremos a continuación con cierto nivel de detalle son mucho más conocidas, y fueron seleccionadas porque las consideramos exponentes canónicos de la inserción acertada de las artes marciales dentro del imaginario futurista, distópico o metafórico típico del género.
Star Wars (George Lucas, 1977)
-Star Wars (1977-hoy) A estas alturas, hablar para el fandom sobre la Saga surgida de la fértil mente de George Lucas sería predicar para los conversos. Seis filmes, un largometraje animado, una serie de animación 3D con 5 exitosas temporadas, innumerables comics y novelas, más merchandising a chorros, han convertido al universo (expandido) del Imperio, la familia Skywalker y los androides C3PO y R2D2 en un referente icónico casi obligado, y no sólo dentro de la CF, sino para toda la cultura popular.
Sin dudas uno de los rasgos del universo Star Wars que más atractivo lo ha vuelto para cierta clase de público, distinguiéndolo a la vez del resto de space-operas más o menos adocenadas, es la inclusión de un elemento que a primera vista podría antojarse más fantástico que de CF: un sistema de combate semimístico.
Nos referimos, por supuesto, a la Fuerza y los caballeros Jedis.
La Fuerza no es en rigor un arte marcial, pero los Jedis sí pueden ser considerados una especie de samurais futuristas: como ellos, están dotados de enorme poder por su sublime destreza guerrera, pero a la vez atados por firmes juramentos y un estricto código ético equivalente al bushido.
Como ellos, hacen primar el instinto sobre el raciocinio: si bien en lugar de sólo permitir que los reflejos condicionados educados pacientemente durante meses de entranamiento sean los que reaccionan a cada ataque, como es el ideal de los artistas marciales de hoy, los jedis del futuro logran su ventaja a base de anular su individualidad y mente, de hacerse uno con la Fuerza.
¿Tal vez una analogía de ese popular paradigma norteamericano: todo músculos, nada de cerebro?
Ni remotamente; los jedis y su contrapartida del Lado Oscuro, los siths, no son sólo expertos en acrobacia con la habilidad de blandir velozmente sus espadas láser y saltar muy alto. Tampoco son más o menos poderosos por sus músculos, sino por su capacidad de acceso a la Fuerza.
Es esa sintonía con el Todo y no sus bíceps o piernas lo que permite a los jedis y siths por igual ejecutar proezas que parecerían físicamente imposibles para cualquier ente orgánico normal. A la vez que les concede poderes que bien pueden considerarse paranormales: telequinesis de objetos pesadísimos, autosanación, detectar a otros usuarios de la Fuerza, pasar inadvertido, control de la voluntad ajena, y hasta predecir en cierta medida el futuro[3]… si bien, curiosamente, la telepatía en tanto que lectura directa de la mente no parece incluida entre tan útiles habilidades.
Los siths de alto nivel, por su parte, pueden además generar rayos eléctricos de asombroso potencial destructivo: la electrokinesis, una destreza muy útil, que ni siquiera el Gran Maestro Jedi Yoda tuvo jamás. Porque el Lado Oscuro seduce con su rápida ganancia de tremendo poder… pero cuesta caro para el cuerpo; véase si no cuán deformados terminan tarde o temprano todos los que lo eligen.
¿Puede verse a la difusa pero poderosísima Fuerza como una versión futurista y bastante new age del chi, concepto cardinal en la práctica y sobre todo la teoría de las artes marciales? En cierta medida… aunque, a diferencia de esta energía, humana e interna por definición, típica del Budismo y de la religión nipona Shinto, la Fuerza está en todas partes: constituye un sistema de campos de energía generado por todo cuerpo del universo[4], enlazados gracias a los pequeños simbiontes midiclorianos[5], presentes en todas las células. Si bien a ella, lo mismo que al chi, sólo pueden tener acceso los guerreros especialmente dotados y educados.
El talento innato prima: algunos individuos escogidos tienen más midiclorianos, o sea, pueden canalizar y utilizar más Fuerza, como receptores-emisores; esos y no otros son los candidatos a jedis o siths. No cualquiera es apto, por mucho esfuerzo o tesón que demuestre, para tan singular y distinguida condición.
Incluso así el entrenamiento de los futuros jedis es complejo y laborioso, y también recuerda en muchos aspectos al de los samurais; no es una opción para el tiempo libre, sino todo un modo de vida. Aunque un guerrero del Japón feudal sin duda lo consideraría más bien condescendiente, en tanto que exento de los rigores y estrictos castigos típicos de cualquier dojo tradicional de su archipiélago.
De hecho, tales excesos son justamente uno de los rasgos de la preparación de los siths; la doctrina formadora del Lado Oscuro implica la constante humillación, el servilismo y la total anulación del discípulo ante el maestro… al menos hasta que pueda aniquilarlo, habiéndose hecho más fuerte que él.
Las artes marciales orientales también hacen especial hincapié en la humildad del guerrero, que debe servir con su destreza, no usarla para imponerse. Análogamente, muchos consideran la caída de la Orden Jedi causada ante todo por la renuncia de sus miembros al carácter original de servidores de la República y defensores de la paz, para convertirse (aunque fuera obligados por las circunstancias), más que en brazo de hierro del Senado, en un poder paralelo con pleno derecho… o sea, en virtuales co regentes de la política galáctica; un papel para el que el artero Dark Sidious-Senador Palpatine los sabía no demasiado dotados, en tanto que incapaces de resistir las tentaciones que implicaría para su pureza original de ideales.
Es una fábula filosófica de conformismo inmovilista: cada uno debe ocupar su lugar. Quien nació para servir no debe gobernar. Los jedis, servidores y no señores, fracasan cuando intentan controlar; una función reservada al Senado, el Emperador, los daymios o aristócratas… ¿y tal vez sobre todo a los siths, que se crecen en el dominio y la opresión?
El código jedi, por su parte, no hace demasiado hincapié en el aspecto de siempre servir. Desde luego, ningún jedi se suicidó nunca por haber fracasado en una misión o fallado a su señor, blandura de carácter que todo bushi que se respetase habría considerado inaceptable. Y es que su adiestramiento incluye un férreo control de las emociones. No en balde se les prohíbe casarse, tener hijos u establecer otra clase de lazos afectivos cualesquiera.
También resulta curioso que, mientras en el bushido el samurai obediente es la norma, y el que pierde a su amo  o se rebela contra él, el ronin vagabundo y heterodoxo, la deshonrosa excepción, entre jedis y siths ocurre a la inversa: ningún padawan jedi llama amo a su maestro. Ningún sith trata al suyo en plano de igualdad; por más que el emperador Palpatine solía llamar a su alumno y primer servidor Darth Vader “mi querido amigo”, tal tratamiento no pasaba de ser una cruel ironía; sólo al final se atreve Vader a oponerse a sus siniestros designios, para salvar a su hijo Luke… y le cuesta la vida.
El alma del guerrero es su espada, decía el shogún Ieyashu, y este precepto se cumple a rajatabla para los jedis y los siths, que aunque pueden ser peligrosos a manos libres, lo son mucho más con su terrible arma. Los primeros, en muestra de humildad y habilidad, deben incluso construir sus propias espadas de luz. Otra diferencia: aunque rodeadas de toda una mística artesanal, por tratarse de una destreza tan especializada, a ningún samurai se le hubiera exigido confeccionar en la herrería su propia y filosísima katana para entronizarse en su condición.
La espada de luz, por supuesto, no es como la de Voltus V. A despecho del maravilloso carácter de arma desplegable de ambas hojas futuristas, las de Star Wars no son armas láser, aunque entre sus elementos esté incluído un cristal ¿de proyección? Mucho más probablemente consistan en una emisión de plasma controlada y contenida entre campos de fuerza exactísimos[6]. Por eso pueden rechazar rayos luminosos, cortar con relativa facilidad materiales tan recios como gruesas placas de acero… y paradójicamente, a la vez ser utilizada bajo el agua sin que evaporen grandes volúmenes de este líquido por la alta temperatura inherente al cuarto estado de la materia.
De acuerdo con su orientación en el eje bien-mal, los jedis usan armas de luz de color verde o azul… aunque, no se sabe por qué, nunca blanco ni amarillo. Es Mace Windu el único que tiene una espada de haz de energía violeta, lógico dada su singular biografía; no en balde es uno de los pocos en dominar la Forma VII de combate o Vaapad, muy cercana al estilo de lucha de los Siths, más físico, arriesgado y ofensivo, que le permitió derrotar a Palpatine volviendo contra él su ira, antes de que Anakin lo matara traicionándolo. Tanto es así que otro de los campeones del Vaapad es precisamente Darth Maul, que usa una hoja de su mortífero doble sable para atacar y la otra para defenderse: la variante Juyo.
Las Formas, contra lo que su nombre podría hacer suponer, no son una especie de katás con movimientos fijos; equivalen más bien a distintos estilos de un mismo arte marcial, como el tigre o el mono dentro de los cinco internos del wu-shu: incluso tienen nombres característicos: Makashi, la II, en la que es singularmente diestro el primero jedi y luego sith conde Dooku; Soresu, la III, que domina Obi-Wan Kenobi; Ataru, la IV, cuyo máximo exponente es Yoda; y Shiem/Djem-Tam, la V,  en la que siempre destacó Anakin Skywalker-Darth Vader. La I, que implica la manipulación del agua, sólo la dominan jedis anfibios como Kid Fisto o su padawan de la raza Mon Calamari, Bant Eerin.
Curiosamente, ni siquiera en el universo expandido se menciona nunca la VI.
Los jedi, por descontado, no son omnipotentes; ningún guerrero es invencible, sólo hay guerreros que aún no han sido vencidos. Su debilidad es su propia fuerza. Deben constantemente sobreponerse a sus sentimientos, sobre todo a su miedo, odio e ira, so peligro de caer en el Lado Oscuro. Es como vivir sobre el filo de un cuchillo; su poder implica una terrible renuncia a buena parte de su humanidad…. que a menudo termina cobrándose un alto precio emocional; véase la triste historia de Anakin, traidor a todo aquello en lo que creía por miedo a perder el amor de Padmé.
Un sith suele no ser sólo un padawan de un Maestro Oscuro, sino también un antiguo jedi renegado, que no pudo soportar la tensión de esta renuncia emotiva. Siempre usan espadas de luz rojas: el color de la furia, y a veces sus mangos son también distintivamente curvos[7] ¿tal vez para indicar la naturaleza torcida de sus destrezas? También hay siths que, como el mítico Exar Kun (también llamado Darth Bane), o el más cercano y conocido Darth Maul, llegan ensamblar un par para fabricar así una especie de doble pica de luz, tremendamente eficaz en combate.
Como hacen ciertos estilos externos de wu-shu, por ejemplo el hung-kar, los sith priorizan el ataque sobre la defensa, canalizando su rabia y odio para inflingir el máximo daño, incluso a riesgo de sufrir peligrosas lesiones a manos de su enemigo. Con tal de vencerlo, recurren a técnicas de lucha cuerpo a cuerpo tan potentes que casi siempre resultan letales, como el Apretón de la Fuerza… aunque Mace Windu, usando la Forma VII, estruja los pulmones del general Grievous con este ataque, causándole su sempiterna tos al ciborg separatista.
Indudablemente, la compleja sofisticación de todo este sistema que muestra la eterna lucha entre Caos y Orden, Sombra y Luz, yin y yang, dota a los tiroteos con armas láser y las carreras y combates de naves espaciales de una dimensión extra de profundidad filosófica… al menos aparente.
The Matrix (Lana y Andrew Paul Wachowski)
-The Matrix (1999-2003)  También sería superfluo resumir el argumento de esta conocidísima trilogía que especula con el concepto de realidad de un modo que no habría aburrido al paranoico Philip K. Dick. 
Sin la menor duda, algunos de los momentos visualmente más atractivos de la saga lo constituyen también los enfrentamientos cuerpo a cuerpo entre sus personajes, usando artes marciales, que la distinguen. Los hermanos Wachowsky tienen bien presente el viejo refrán cinematográfico de que el mejor efecto especial es simplemente un cuerpo humano haciendo “cosas difíciles”. Y lo ayudan con tomas en bullet time, cables y muchos efectos digitales, por suerte técnicamente muy superiores a los pueriles y clásicos trucos de “chinos voladores” característicos de tanta película antigua de Hong Kong[8].
Con la singular particularidad de que todas estas hazañas puede, de algún modo, creérselas el espectador… porque ocurren, no en el mundo real, sino en un entorno artificial: la realidad virtual (oxímoron soberbio donde los haya), esa alucinación consensuada o simulación inducida por las astutas máquinas para hacer creer a sus baterías vivientes, los humanos, que viven vidas “normales”.
En esta Matriz de falsa realidad los Agentes, programas de control del sistema, tienen poderes asombrosos. Pueden poseer el cuerpo de cualquier otro individuo-programa y abandonarlo a voluntad para ocupar otro, eliminando todo daño “físico” que hubieran sufrido en el proceso. Pueden luchar como expertos con manos y pies desnudos. Pueden romper concreto a mano limpia. Pueden esquivar balas. O sea: son invencibles, aunque en realidad sean “apenas” tan hábiles como si fuesen artistas marciales de altísimo nivel… digamos, karatekas vigésimo dan[9].
Pero donde las dan las toman; para enfrentar a los formidables agentes, Morfeo y Neo disponen por su parte de igualmente notables recursos: para empezar, pueden reprogramarse, cargándose avanzadas rutinas de combate… un método de aprendizaje mucho más veloz que los años de extenuante entrenamiento que llevaría adquirir habilidades semejantes en el mundo real.
¿Qué practicante de artes marciales frustrado por lo lento de su avance no suspiró de envidia ante la frase de Neo “ya sé kung-fu”? Confirmada luego por su espléndido desempeño en el dojo, para nada de principiante… aunque el más experimentado Morfeo acabara derrotándolo de todas maneras.
En el ámbito virtual de La Matriz, lo inverosímil es cotidiano; creer es de veras poder. Se puede saltar de una azotea a otra a más de 50 metros de distancia… si se cree que se puede. Como en el tai chi chuan clásico, aquí la batalla se gana o se pierde en la mente del guerrero. Neo, el Elegido, tiene la fuerza de la fe… y así, aunque al principio dude de sí mismo, al final del primer filme ya enfrenta al  agente Smith y compañía, destruyendo a uno y poniendo en fuga a otros. Cierto, también lo magullan bastante en el proceso; llega incluso a morir… aunque, claro, como Cristo, resucita. Por suerte bastante antes de los tres días.
Los poderes de héroe y antagonistas en los combates del universo Matrix desafían las leyes físicas… y cada vez más, en las dos entregas posteriores de la saga. Recuérdese esa épica batalla, sin dudas la mejor escena de la por otro lado algo monótona  Matrix Reloaded, cuando en una plaza vacía Neo se enfrenta, primero a decenas y al fin a cientos de agentes Smith, quien es ya un virus que invade el sistema autorreplicándose… y el imponente manejo que hace el Elegido de un pesado poste metálico con la base aún rodeada de cemento al principio, como si de ligero bo de kubo-do fuera. Su exhibición marcial comienza siendo más o menos creíble hasta desembocar en técnicas ya física y absolutamente imposibles…que sin embargo, el espectador acepta como verosímiles.
O la batalla final en Matrix Revolution, en la que ambos oponentes vuelan, sin más.
Es pertinente señalar que algunas de las hazañas de los personajes durante sus combates, por ejemplo, caminar algunos pasos por las paredes o el rompimiento de objetos a mano limpia, no están en realidad más allá de las capacidades de un artista marcial experto: con cierta agilidad y notable práctica es posible ejecutar los movimientos de Trinity cuando elimina a los policías que intentan detenerla en la primera película… y tras años de practicar el tamashewari o rompimiento de objetos, los huesos de los karatekas, a fuerza de sufrir continuas microfracturas, han aumentado tanto en densidad, y por tanto resistencia, que no se quiebran al ejecutar hazañas como quebrar varios bloques de concreto. Aunque siempre tras larga concentración previa.
Igualmente está demostrada la habilidad de endurecer a voluntad la musculatura corpórea, haciéndose así de un auténtico escudo contra armas contundentes o incluso cortantes. Tal destreza distingue a los grados superiores del wu-shu o chuan-fa de Shaolín: es la célebre túnica o camisa de hierro.
Obviamente, las más impresionantes, visualmente halando, no son esas, sino son otras capacidades, como las de Neo de detener a voluntad las balas en el aire o volar a velocidades supersónicas, que ya ningún entrenamiento, por riguroso o largo que sea, puede conferir.
Pero nadie tampoco lo esperaba. A fin de cuentas, Neo no es un humano común, sino el Elegido, y por eso es que para las balas y vuela; cree que puede hacerlo y lo hace. Punto. Nada de artes marciales aquí… en realidad, siendo ya un virtual semidiós, no las necesita, y el público lo comprende al vuelo.
-Equilibrium (2002)  Este filme del director Kurt Wimmer, de presupuesto de producción más bien
Equilibrium (Kurt Wimmer, 2002)
bajo[10], y por ello algo menos conocido que los anteriores, goza sin embargo de relativa popularidad entre el fandom de la CF. Y no por tratarse de la enésima revisitación distópica, a la vez del 1984 de George Orwell, con su padre que recuerda inevitablemente al Gran Hermano, y del Un mundo feliz (Brave New World) de Aldous Huxley, que hasta tiene elementos del Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, como la quema de libros.
La clave es el rol protagónico que en su argumento juega la destreza en las artes marciales, una habilidad considerada tan peligrosa en el futuro que sólo la posee la élite supervisora de esta sociedad inmovilista: el Tetragrammaton, los clérigos, que no sienten emociones, no aman, y persiguen implacablemente a quienes muestran aún tan “subversivas” debilidades.
Nadie enfrenta a los clérigos y sobrevive: todos son letales a mano limpia o con los bokutos-wakizashis que generalmente llevan al cinto (también entrenan usando men, las máscaras protectoras tradicionales de kendo nipón), pero sobre todo gracias al formidable manejo que hacen de sus armas de fuego personales: un par de pistolas automáticas. Y no sólo disparando, sino golpeando con cañones y culatas preparadas para desplegar mortales púas, en una especie de eficacísima katá, un concepto totalmente nuevo[11]que implica la adaptación de las artes marciales tradicionales a los tiempos modernos.
Hasta que uno de esos inhumanos clérigos, el más pétreo de todos, John Preston, comienza a sentir, y sacude los cimientos del gobierno…
La historia no es nada del otro mundo, pero si algún valor tiene y por algo se le recuerda, es gracias a la destreza marcial del actor que interpreta del clérigo rebelde: Christian Bale, en extremo convincente en el papel, hasta el punto de que su desempeño aquí le permitiría ganar luego el codiciado protagónico  en la nueva saga de Batman, en la que también hace alguna que otra exhibición de sus capacidades como artista marcial.
Por supuesto, no son estos 3 los únicos ejemplos ni mucho menos. La lista es larga. Como filmes protagonizados por estrellas del cine de artes marciales, amén de las ya mencionados Timecop y Furia silenciosa, de Van Damme y Norris, podrían citarse La máscara negra (The black mask/Hei Shia, 1996) y El único (The one, 2001) ambas protagonizadas por Jet Li… quien es mucho mejor actor que los otros dos juntos.
Por supuesto, el sub-subgénero de CF con estrellas del cine de acción, aunque no sean artistas marciales, a menudo las muestra  enfrentadas contra verdaderos expertos, a los que (si bien muy golpeados y con inmenso esfuerzo) suelen vencer, como para demostrar que ser cinturón negro no lo es todo en una pelea.
Tendríamos a Arnold Schwarzenegger en Total Recall (1990) eludiendo las patadas de una debutante Sharon Stone, supuestamente de artes marciales, aunque por momentos parecen más de ballet. En El demoledor (Demolition man, 1993) Stallone vence al mucho más competente marcialmente hablando Wesley Snipes; en El soldado, (Soldier, 1998) Kurt Russell, hace lo mismo con el impresionante Jason Scott Lee, recordado por su convincente recreación de Bruce Lee en la biografía fílmica del gran peleador chino. En la saga de Riddick (2000-2013) Vin Diesel interpretando al fuera de la ley de ojos de felino se enfrenta cuchillo en mano y con muy poco estilo ¡pero con completo éxito! a los letalísimos guerreros Necromonger, capaces nada menos que de predecir las acciones de su contrario y desplazarse en el tiempo para evitarlas: ideal marcial donde los haya. Y, last but not least, aunque sea menos conocido, en Serenity (2005), el largometraje–extensión de la gustada serie de TV Firefly, Nathan Fillion como el veterano capitán Malcolm Reynolds derrota a su nemésis gubernamental… gracias a que perdió en la guerra el nervio mediante el cual su oponente pretendía  inmovilizarlo. Mientras que la misteriosa adolescente prodigio River Tam (la exquisita Summer Glau, luego aún más famosa por su papel de Terminator en la serie Las crónicas de Sarah Connor) acaba ella sola con un pelotón de los salvajes reavers.
Ya saliéndonos de este más bien estrecho ámbito, vala la mena mencionar también al filme ruso en dos partes La isla habitada (Obitayemy ostrov, 2009) adaptación no del todo feliz por Fyodor Bondarchuk[12] de la novela homónima de los Strugatsky de 1972. Allí Maxim Kammerer (Vasili Stepanov) es un piloto espacial terrestre, que naufraga en Sarakhs, un mundo primitivo. Tras diversos avatares en el agresivo entorno, se une a la Legión, una especie de fuerza militar de élite de un país dominado por la Junta Militar de los Padres Desconocidos, y pronto destaca entre los endurecidos combatientes: su conocimiento de las sofisticadas artes marciales terrestres, hijas de una civilización más avanzada, lo convierte en uncontrincante casi insuperable… pero le cuesta matar, algo sobre lo que los Strugatsky insisten una y otra vez.
Más recientemente, vemos a las artes marciales formar parte más o menos habitual e importante de las habilidades de diferentes personajes. Así, al ver After Earth; El juego de Ender (Ender´s game); Oblivion y Elysium, todas del 2013, un espectador podría llevarse la misma impresión sobre los humanos del futuro que tienen algunos extranjeros sobre Japón: que casi todos los que viven allá son expertos absolutos en artes marciales.
EN LA LITERATURA
Ante todo, es preciso hacer notar que las artes marciales en la literatura tienen un fuerte handicap: por entretenido que resulte contemplar una pelea en pantalla, leer su descripción ya es harina de otro costal.
Relatarla del modo “fulano le asestó un codazo ascendente al mentón a mengano, que alcanzó a desviar el ataque barriendo hacia afuera con su antebrazo derecho” puede ser aburrido, y además de largo y difícil de visualizar. Por otro lado, recurrir al vocabulario técnico específico de las artes marciales orientales “Aka ejecutó mae-empi al mentón de Ao, que bloqueó con miji-gyodan age suke” corre el peligro de volver ininteligible la acción, excepto para los versados en tales disciplinas.
Hecha esta salvedad, veamos cómo han logrado sortear las dificultades de la representatividd a traés de palabras y no de imágenes distintos autores del género.
-Qué difícil es ser Dios (Trudno byt vogom, Bratia Strugatsky, 1964) Dos generaciones de lectores cubanos crecieron disfrutando esta novela en su versión de la Editorial Mir traducida por Antonio Molina García… pero para los más jóvenes, visto que no se ha reeditado en décadas y el filme ruso-polaco-alemán de 1988 es también una rareza, podría ser útil  refrescar su argumento.
Antón es un historiador terrestre, destacado en la nación feudal de Arkanar, en un planeta primitivo habitado por humanoides. Caracterizado como el noble Rumata de Estoria, su cometido es observar y registrar la cultura local… nunca intervenir, por injustos o salvajes que sean los acontecimientos en los que se vea envuelto, porque podría cambiar desastrosamente su curso.
Por supuesto, a medida que transcurre la acción este ideal de no injerencia se revela impracticable. En singular analogía histórica del principio de indeterminación de Heisenberg, la simple presencia del observador siempre acaba cambiando los resultados del experimento. Rumata se enamora de Kyra, una joven local, hace amistad con el exuberante y simpático barón Pampa, desconfía de Reba y cree que sus grises de asalto son el germen de una especie de fascismo avant-la-létre.
Antón, hijo de la sofisticada civilización terrestre de un futuro que se supone comunista, aunque no se entra en detalles, domina un arte marcial superior, con el que, usando su espada de noble, es capaz de reducir a todos los enemigos a los que se enfrenta… pero, como Maxim en La isla habitada, novela de los mismos autores algunos años posterior a esta, también evita a toda costa matar o incluso herir a ninguno. Lo que, junto a la imposible pureza del oro con el que paga sus deudas, acaba atrayendo sobre él la atención del siniestro Reba.
Al final, cuando los monjes armados de la Orden Sacra toman el control de Arkanar, marcando el inicio de una época de oscurantismo e intolerancia, y Kira es muerta, Antón-Rumata pierde el control, empuña su segunda espada[13] y se abre paso a sangre y fuego al mejor estilo berserker hasta matar a Reba… dejando una estela de más de 400 cadáveres a su paso, masacre que obliga a los circunspectos historiadores a intervenir lanzando gas somnífero sobre toda la ciudad.
Por supuesto, tras esto lo repatrian a la Tierra, dodne lo mantienen en observación: el dios-humano-superior comunista ha perdido los estribos y se ha implicado, haciendo uso de toda su superioridad… así que ya no es de fiar. La perfecta ecuanimidad, la ataraxia o calma filosófica de los griegos, es difícil de lograr… y muy fácil de perder. Una lección en la que nunca deja de hacer énfasis todo sensei o sifú que se respete: el mejor guerrero es el que nunca se ve obligado a pelear para demostrar su superioridad.
Dune (David Lynch, 1984)
-Dune (Frank Herbert; 1966-1985, más precuelas y secuelas del hijo Brian y Kevin Anderson; 1999-2007)  Esta es otra saga clásica de la CF, formada por las seis novelas originales, más dos trilogías de precuelas y dos continuaciones, ya escritas por el vástago del autor junto con otro escritor, famoso antes por su Trilogía de la Academia Jedi. Incluso ha tenido una versión fílmica dirigida por David Lynch, en 1984, y dos series de TV, entre el 2001 y 2003.
Intentemos condensar en pocas palabras el laberíntico argumento de esta serie, por otro lado casi tan popular y conocida para el fandom como el universo Star Wars.
Se trata de una space-opera canónica, en la que en un futuro lejano coexisten alta tecnología y estructuras sociales feudales. El emperador o padishah y sus tropas élite, los Sardaukar, rigen con mano de hierro la galaxia, en la que no hay computadoras porque en el pasado las máquinas pensantes se rebelaron contra los humanos, pero sí existe el viaje más rápido que la luz, gracias a los Navegantes, humanos mutados que para poder orientarse en el hiperespacio consumen la especia melange, que también posee propiedades geriátricas únicas, y sólo se encuentra en el palaneta Arrakis, lo que la convierte en la sustancia más valiosa del universo. Entrelazada con la singular ecología desértica de este mundo, también llamado Dune, y con su especie dominante, el gigantesco gusano de arena, totalmente hidrófobo, está la vida de los fremen, violento pueblo nómada que tiene al agua como principal moneda y ha desarrollado una cultura en torno a su escasez y conservación… y la mística de un Elegido que los salvará y llenará de poder. Pugnas más o menos veladas se desarrollan en torno al control de la melange entre varias casas nobles del Landsraad, paralelamente con la lucha de la Hermandad Bene Gesserit por lograr a su Kwisatz Haderach o macho con acceso a todas sus memorias raciales, y no sólo a las femeninas, como ellas. También están los misteriosos tleilaxu, con su dominio sobre la biología, y otras fuerzas enigmáticas y potentes que condicionan un complejísimo y apasionante panorama de intrigas y maniobras por el poder.
¿Y las artes marciales, qué pintan en tan sofisticado y laberíntico futuro? Pues mucho. Resulta que la clave de la tecnología militar son escudos de energía personales, que detienen proyectiles de alta velocidad y al contacto de un rayo láser estallan con efectos similares a los de un arma nuclear. Por eso las armas con baja velocidad ue pueden superar los escudos, como los dardos, las espadas y sobre todo los cuchillos, son artes supremas.
En este universo todo soldado y por extensión todo noble se entrena desde su nacimiento en la esgrima con el cuchillo, al estilo español. Feyd Rautha Harkonnen y Paul Atreides culminan la primera entrega de la serie, Dune (1965), con un memorable duelo al arma blanca, que mucho tiene del estilizado sabor de un combate entre samurais. No se mencionan disciplinas de origen asiático ni técnicas de nombre enrevesado, pero la inspiración en las artes marciales del Este es obvia.
También jay otros elementos que en la saga apoyan el concepto de guerrero más que soldado, típico de las culturas orientales: el entrenamiento Prana Bindu de las brujas Bene Gesserit, que las hace veloces y letales, y llega a su extremo en las renegadas Honoradas Matres, que regresan de la Expansión convertidas en casi invencibles luchadoras, tiene mucho de adiestramiento marcial. Paul Atreide, al ser probado, debe vencer con su autocontrol el dolor y su ilusión, un test clásico de muchos estilos de wu-shu y otras disciplinas combativas asiáticas, que entrenan el cuerpo de sus practicantes casi hasta la ruptura para enseñarlos así a superar sus propios límites físicos y mentales. La habilidad de utilizar el grito para aumentar el daño que puede infligir a un enemigo que descubre Paul al convertirse en Mouadib o Mesías de los fremen ¿no hace pensar en el kiai de las artes marciales llevado a su máximo desarrollo? La capacidad de aceleración temporal que desarrolla el Bashar[14] Miles Teg en Herejes de Dune (Heretics of Dune, 1984), de la que existen analogías en algunos artistas marciales de máximo nivel. La condición de soldados de élite de los Sardaukar imperiales, orirundos de Salusa Secundus, originalmente un planeta prisión, lo que implica un adiestramiento en condiciones durísimas, equiparable al de algunos estilos de nin-jutsu.
Curiosamente, apenas si se menciona el término “arte marcial” durante toda la saga. Pero el espíritu de estas disciplinas está fuertemente implícito en toda la mística guerrera de dicho universo, de una manera que ha influido en gran medida a numerosas obras posteriores.
-El Señor de la Luz (Lord of the Light, Roger Zelazny, 1968) Pese a ganar el premio Hugo del año en que fue publicada, esta novela no es muy conocida para el lector cubano, ya que nunca se ha editado en nuestro país. Valga entonces una sinopsis de su argumento.
La nave humana Estrella de la India llega a un planeta de tipo terráqueo… donde,  algunos cientos de años después, los descendientes de los astronautas (y algunos de la tripulación original, pues un sistema tecnobiológico de reencarnaciones, mediante el que transfieren su alma o atman a nuevos cuerpos, les ha permitido burlarse de la muerte) han creado una curiosa sociedad, basada en el panteón de dioses hindúes. Hombres y mujeres escogidos por la fuerza de sus mutaciones de entre cientos de “semidioses” encarnan a las divinidades sumiendo su Aspecto (una especie de superpoder que varía según el individuo), y así controlan con mano férrea al pueblo llano, de vidas mucho más efímeras.
Parece el sistema de dominio perfecto, llamado a ser eterno, por tanto… hasta que Kalkin o Mahasamatman, abreviado Sam, un rebelde ex dios aún dotado con poderes de control eléctrico a distancia, adopta el nombre de Siddhartha (Buda) y se enfrenta a la poderosa Trimurti, a veces con la ayuda de sus antiguos enemigos, los rakashas o demonios, seres energéticos y pobladores originales del planeta, a los que él mismo ayudara a vencer años atrás.
En esta apasionante historia de CF de trasfondo teológico hinduísta hay aventura a raudales, exquisitos diálogos y un extraordinario diseño psicológico de personajes. Y también ¡no faltaba más! artes marciales; hay que destacar el habilísimo e imaginativo modo en que Zelazny resuelve el eterno problema de relatar los combates.
El mejor ejemplo es cuando Yama, dios de la muerte, decidido a matar a Sam Tathagatha el falso Buda, se enfrenta a Sugata, su más fiel seguidor… que originalmente era Rild, un asesino enviado para matarlo. Ahora, convertido en el primer converso de su religión de no violencia, rompe sin embargo sus votos para defender a su maestro con toda su habilidad.
Es un duelo antológico: mientras el dios de la muerte, siempre vestido de rojo, que goza de suprema destreza en el combate sin armas o con cualquiera de ellas blande una larga cimitarra, su adversario sólo usa una simple hoja curva cortante… pero con sorprendente maestría: hace años fue el mejor alumno de Yama. Además, tiene una ventaja extra: siendo uno de los asesinos sagrados de Kali, ha sido parcialmente sumergido en el baño de muerte de la diosa, por lo que su cuello y manos, junto a porciones de su pecho, abdomen y espalda, han perdido toda sensibilidad táctil, pero son a la vez impenetrables; prácticamente combate con peto, espaldar, gola y guanteletes blindados
Resulta magistral  la manera en que, sin complicarse citando movmientos concretos de esgrima, el autor  describe el largo e intenso enfrentamiento el arma blanca entre ambos guerreros, saltando un abismo, subiendo una cuesta, en el poco profundo cauce de un arroyo. Yama todo el tiempo tiene la superioridad, pese a la dura oposición de su adversario… y no sólo por la mayor longitud de la hoja que blande. El dios de la muerte lanza ataques hasta descubrir las partes vulnerables del cuerpo del hijo de Kali. También es notable cómo Zelazny describe le modo en que le arroja su capa de bordes pesados para envolverlo como si fuese una red, y cómo lo proyecta usando una técnica de sacrificio con apoyo de pie tan bien descrita que cualquier judoka la reconocerá sin dificultades como un tomoe-nage. El lance en el que pierde su cimitarra y sigue peleando con su daga, y luego usa su faja como un látigo para enredarle los pies y hacerlo caer. Y sobre todo la manera en que lo vence finalmente, hundiéndose con él en las aguas para emerger casi sin aliento al cabo de largos minutos, pero habiéndolo ahogado[15].
En otros pasajes de la novela se describen diversas habilidades marciales. Rudra el Ceñudo o el Torvo, el dios arquero, exhibe con sus flechas una destreza que recuerda tanto al mítico Rama, matador del rakasha Ravana, como a los practicantes nipones del milenario arte marcial del kyudo. El  modo en que Tak de los Archivos (también llamado de la Lanza Brillante) esgrime dicha arma demuestra que Zelazny tenía algunas nociones sobre la manera de usarla del wu-shu y el kobu-do, muy diferente del empleo tradicional en Occidente.
Sin embargo, jamás mencione ni judo ni kárate ni otras artes más antiguas, como el antiquísimo y aún practicado kalaripayatu hindú. Aunque sí llama por su nombre a otra disciplina no tan marcial de Occidente: la singular lucha irlandesa, en la que Sam y el gordo dios Kubera se enfrentan, golpeándose alternativamente por turno riguroso hasta que el Iluminado ya no puede levantarse más.
-Snowcrash (Neal Stephenson, 1992) Aunque más reciente y popular, tampoco ha sido publicada en nuestro país; por eso ofrecemos también un resumen del argumento.
En un futuro hipertecnológico, pero donde los EE. UU se han balcanizado en cientos de pequeñas naciones o franquicias, Hiroki Protagonist, al que llaman Hiro –como héroe en inglés- ¡héroe protagónico! trata de ganarse la vida. Es un hacker, y sus amigos también son desclasados como él ¡impagable ese personaje del rockero Vitali Chernobil y su grupo, los Desastres Nucleares.
Snow Crash (Bantam Books, 1992)
Neal Stephenson
Es un texto muy intenso: hay persecuciones en moto, duelos con katana en espacios virtuales y reales, piratas en el Pacífico ¡Bruce Lee y su banda!, yakuzas,  animales robots de combate, y toda una galería de fascinantes personajes como el gigantesco mutante-psicópata aleutiano Cuervo, la adolescente T. A. o el Tío Enzo, cara visible de la Mafia, que ya entonces es otra empresa respetada y legal.
Como trasfondo, una interesante conspiración global para dominar el mundo basada en los memes, las estructuras lingüísticas autoperpetuables enunciadas por Richard Dawkins en su cardinal libro El gen egoísta (1976) y tan importantes en las actuales teorías de la información. En fin: los sumerios y los hackers: mézclese y sírvase con grandes dosis de trepidante aventura, y ahí está una de las obras cumbres del neociberpunk.
Obviamente, las artes marciales llegan aquí de la mano de Hiro, que blande una refinada katana heredada de su padre, quien se la arrebató a un oficial japonés cegado por la explosión de la bomba nuclear de Hiroshima, durante su fuga de un campo de prisioneros.
El modo en que el protagonista usa su espada no es exactamente el ritualizado del kendo; recuerda más bien al iai-do o iai-jutsu, mucho más realistas por su hincapié en el proceso de desenvainado y corte rápido[16]. Su prioridad no es ganar por puntos anaunciando al atacar si golpeara en la cabeza (men), las muñecas (kote), o el torso (do)… sino sobrevivir ante uno o varios oponentes en un combate real, dañando a la mayor cantidad de ellos. Para eso entrena duramente no sólo con su hoja, sino sobre todo con la “katana para patanes”, una pesada barra de hierro, para aprender a contener el tajo y no dejar su arma clavada en el cuerpo de ningún adversario, quedando así estúpidamente indefenso[17].
Con lo que logra una destreza que le permite, por ejemplo, manejando a un avatar, en el mundo virtual por él creado, enfrentar al de un belicoso ejecutivo japonés que lo desafía poniendo en duda su derecho a usar la katana que porta al cinto… y apenas si dura un lance contra Hiro, tal y como le ocurrriría en el mundo real a cualquier novato contra un experto samurai del agitado Período Sengoku.
Una letal preparación marcial, por cierto, aunque menos explícita, exhibe también el arquetípico antagonista de Hiro, el gigantesco aleutiano Cuervo, tallador de cuchillos de vidrio quirúrgicos, tan filosos que incluso atraviesan chalecos antibala de kevlar. Con estas hojas no metálicas, en un  pasaje singularmente sobrecogedor, Cuervo afila las puntas de varias pértigas de bambú, convirténdolas en lanzas y arrojándolas con su diestra puntería de arponero para dar cuenta de algunos enemigos que se le acercan en un sembrado, confiados en la supuesta superioridad de sus armas de fuego.
El largo enfrentamiento entre Hiro y Cuervo, que tiene lugar tanto en el mundo virtual como en el real, es uno de los combates mejor concebidos y mejor narrados de la CF… aunque la inesperada intervención del mafioso Tío Enzo inclina su resultado hacia el protagonista de un modo que muchos fanáticos del arponero aleutiano aún encuentran bastante injusto.
Por supuesto, con estas tres obras está lejos de agotarse el filón de las artes marciales en las novelas clásicas de CF. Cabe mencionar también Neuromante, (Neuromancer, William Gibson, 1984) donde uno de los más letales servidores de la inteligencia artificial que da título a la obra es nada menos que un ninja in vitro, guerrero tan diestro que, incluso tras ser cegado por uno de los personajes, Peter Riviera, dotado de la capacidad de inducir ilusiones aprovechando el software cerebral de sus adversarios, aún es capaz de disparar su arco al estilo zen para aniquilarlo.
También tenemos al primer premio Hugo de novela de Zelazny: Tú, el inmortal (This inmortal, 1966, originalmente titulada And call me Conrad-Y llámame Conrad). Aquí el protagonista mutante, Konrad Nomikos, Karaghee o Karaghiosis, sostiene un furioso combate a mano limpia contra un forzudo y veloz robot peleador, Rolem, y aunque por la descripción el desafío tiene lugar según técnicas más bien occidentales, como lucha libre y boxeo, es todo un ejemplo de virutuosismo narrativo a la hora de relatar el enfrentamiento físico.
Lo mismo que la escena en la que Hassán, el asesino árabe y amigo del héroe, se enfrenta ritualmente a un gigantesco albino con síndrome de Down convertido en vampiro por una dieta obligada de sangre, el Hombre Muerto, y contrarresta su increíble fuerza natural ysu insensibilidad al dolor provocada por inyecciones de novocaína con astucia, envenenándose con cianuro de sus balas las uñas afiladas con las que lo araña… aunque luego deba soportar un terrible castigo a puñetazos contra un árbol, con el estoicismo de un boxeador arrinconado en una esquina por un púgil mucho más pesado.
Hasta que la ponzoña empieza a hacer efecto y tiene oportunidad de aprovechar la momentánea debilidad de su adversario para intentar estrangularlo con un sarmiento de vid. Primero el inmenso Hombre Muerto conserva fuerzas suficientes para deshacerse de su presa y lanzar al árabe lejos, pero Hassán evita dañarse al romper caída en lo que Zelazny llama muy acertadamente ukemi[18], y en su segundo intento sí consigue asfixiarlo y ganar la pelea.
EJEMPLOS CUBANOS
Por supuesto, la narrativa nacional del género también ha explotado alguna que otra vez el filón de proeza sobrehumana que subyace en las artes marciales. Veamos algunos ejemplos.
-¿Dónde está mi Habana?  (F. Mond, 1985) En la segunda[19] de las novelas del hilarante “ciclo
¿Dónde está mi Habana? (Letras Cubanas, 1985)
F. Mond
koradiano”, y sin duda la más seria y lograda, David Lumbí, un joven geógrafo en prácticas de campo, resulta “abducido” por el cono de luz generado por la nave del robot marciano Larx… y aparece en pleno siglo XVII, poco antes del ataque inglés a La Habana en 1762, con todas las complicaciones cronológicas y sentimentales que los lectores cubanos de seguro recuerdan bien y que por lo tanto no nos molestaremos en relatar aquí con más detalles.
Las artes marciales japonesas juegan un destacado papel en la trama de esta ucronía. Al principio, cuando varios soldados españoles lo encuentran, Lumbí cree que están filmando una película de época, pero cuando comprende que está en peligro, aprovecha sus conocimientos de kárate para ejecutar un kumité katá contra varios enemigos con el que los pone a todos fuera de combate.
Por si fuera poco, y ya asomando su oreja peluda el deus ex machina del autor, resulta que junto a la mansión de Larx, que acoge al joven náufrago temporal como su sobrino, sintiéndose responsable de su desgracia, vive José Namura, un fabricante de abanicos supuestamente de origen yucateco, pero en realidad descendiente de nipones, que practica cada día en su patio ¡kendo! Lumbí y el hijo del país del Sol Naciente entablan amistad, cada uno comienza a enseñarla al otro sus habilidades, y al final el cubano del siglo XX acaba llevando a todas partes, camuflado como simple bastón, un arma de entrenamiento de la disciplina oriental, cuyo hábil manejo le salva la vida varias veces, y lo ayuda a, entre otras hazañas, frustrar la toma de la capital isleña por la escuadra de la pérfida Albión dirigida por el Conde de Albemarle.
Por cierto que el relativo desconocimiento por parte de Mond de las artes marciales nipones lo hizo caer en un error imperdonable: al arma maciza tallada en jiquí le llama shinao, cuando hasta los principiantes en el kendo sabe que este utensilio está formado por cuatro tiras de bambú, e flexible y ligero y casi imposible dañar a alguien con él.
Lo que describe el autor no es un shinai, sino un bokken… o más bien un bokuto, ya que tiene guardia o tsuba… aunque tradicionalmente estos se hacen de roble japonés rojo o blanco, pudiendo ser también de nogal, arce o ébano. El jiquí es un palo muy resistente, sin dudas… pero también muy pesado: más bien se trataría entonces de un suburi to, empleado no para en combate, sino para fortalecer hombros y brazos del esgrimista, equivalente por tanto a la “katana para patanes” que usara Hiro Protagonist en Snowcrash.
En cuanto a su letalidad, sí que no es exagerada; Miyamoto Musashi, el más famoso samurai de todos los tiempos, autor del filosófico Libro de los Cinco Anillos[20], a menudo llevaba un par de bokken por todo armamento. Y usando precisamente una simple estaca de madera (según otra versiones, un remo burdamente debastado) fue que venció su duelo más famoso, contra el altísimo samurai Kojiro Sasaki, su larga espada y su terrible técnica de Cola de Golondrina.
-Al final de la senda (Yoss, 2002) Por incómodo que resulte referirse a una obra propia, es preciso dejar de lado la falsa modestia para mencionar una novela de CF cubana en cuyo argumento las artes marciales juegan un rol casi protagónico. Y al haber sido publicada hace más de una década, sin reediciones hasta hoy, se impone también una sinopsis de su argumento.
En el siglo XXIV el Ecumen controla la galaxia, en la que siempre hay algunos planetas en guerra con otros, y los ejércitos suelen ser la única ley. Pero por encima de todo poder militar están aún los Matadores, asesinos a sueldos que cobran millones de créditos por sus encargos, y sólo aceptan algunos, nadie sabe por qué. En realidad son mucho más que mercenarios; una orden místico-militar de la que depende la estabilidad misma de la galaxia, el auténtico poder tras los altivos cardenales y las modernas naves de guerra del Ecumen.
La trama describe la educación marcial de un joven soldado, Davo Stepan ben Yassiel, que es reclutado por una experta Matadora, Leya, y sueña convertirse en su igual. No es el único candidato; su mejor amigo, Goradan; Yila, su hermana; Mendrio, un filósofo; y el dalai Hirkalanzur, un extraterrestre no humanoide, compiten con él, pues sólo uno de ellos logrará llegar a ser Matador… y por tanto sobrevivir.
Aislados del universo en el planeta polígono Wu-Ling, los 5 candidatos son sometidos a una educación marcial extrema, para la que no se escatiman recursos ni gastos. Aprenden todas las antiguas artes marciales de origen terrestre y a combinarlas de modo creativo. Acrobacia y shibumi, la secreta disciplina de los ninjas, capaces de utilizar cualquier objeto del entorno de forma letal. Se adiestran en percibir el entorno al estilo dalai, de forma global y dinámica, y en cómo acelerar sus propios metabolismos por breves períodos de tiempo para potenciar sus reflejos y velocidad de ataque. Y finalmente, aprenden cómo confeccionar y educar el arma clásica, invencible, de los Matadores: los rombos, cerebros de animales de presa controlando cuerpos robóticos, una destreza que tiene mucho de cetrería.
En su entrenamiento, que dura años, enfrentan a diferentes instructores versados en disciplinas de combate… y a algunos que no son auténticos maestros, sino mortales enemigos del Ecumen y los Matadores camuflados como tales. Como los Eexa, con sus guantes de rayos; o los Cruzados Biologistas, capaces de modificar con asombrosa rapidez sus cuerpos, metamorfoséandose en terribles monstruos.
Poco a poco van quedando los candidatos en el camino, hasta que Davo siente que ha acumulado fuerzas para el reto final: vencer a su maestra Leya y convertirse él mismo en Matador. Aunque lo aguarda una sorpresa…
La novela, incluso sin una prosa saturada de elementos técnicos de las artes marciales, está profundamente impregnada de su mística. Temas como la búsqueda del absoluto a través de la perfección, la actitud ante la muerte, y la compleja relación maestro-discípulo, definitorios de los estilos orientales, son abordados uno tras otro en sus páginas.
-Bajo presión (Erick Mota, 2008) Con esta novela corta, titulada originalmente Revalorización,
Bajo Presión (Gente Nueva, 2008) Erick J. Mota
Erick obtuvo el premio La Edad de Oro de CF en su tercera convocatoria del 2007. Aparecido hace apenas 5 años, el libro está aún a la venta, así que nos abstendremos de resumir su trama, de la que basta decir que se enmarca sin dudas dentro del sub-género de space-opera. Aunque las peripecias de los cadetes Juan Tomás Kirk[21] y Kay Hunter durante su examen de pilotaje se complican con una historia de contrabando ¡de carne de res enlatada[22]! a bordo de la estación espacial-Academia, durante cuya resolución ambos protagonsitas se ven empeñados en un duro combate contra las Infantes de Marina del Escuadrón Mapache.
Es precisamente durante este combate cuando las artes marciales asoman la cabeza. Lo interesante es que el estilo de combate al que el autor recurre aquí no es ninguno de los tradicionalmente practicados en la Tierra, sino una disciplina novedosa y expresamente desarrollada para el combate en gravedad 0. Según su descripción es rica en posturas rígidas como de ballet para golpear al enemigo, y se basa en los rebotes contra paredes, teho y suelo para ganar impulso y por tanto fuerza destructiva. Lo que convierte la escena del combate en una especie de crónica del caos, ya que no sólo a mano (o pie) limpia enfrentan los cadetes a las Infantes de marina contrabandistas: ambas facciones tienen o logran hacerse con armas máser…
Erick no menciona aquí por su nombre a este singularísimo modo de combatir en la ingravidez, pero los conocedores de su obra reconocerán sin duda al tadayo-zenshin do, uno de los varios estilos que figuran en las páginas del cuento ¿Y quién nos librará de la derrota? incluido en su ligeramente posterior libro Premio Calendario del 2009 Algunos recuerdos que valen la pena (2010) que se ambienta justo en un torneo interplanetario de artes marciales.
Asimismo, en otro cuento algo anterior del autor, Los que van a morir te saludan, aunque publicado sólo después, en la antología En sus marcas, listos…¡futuro! (2011) se aborda también el tema de las artes marciales, en una especie de torneo o circo romano al que las máquinas del futuro presentan sus competidores: gladiadores clonados a partir del ADN de la extinta humanidad. Y aunque en el texto no figuran descripciones de llaves o ataques típicos de las artes marciales orientales, ni movimientos con nombres en japonés o chino, sí aparece una cita de El Libro de los Cinco Anillos de Musashi, reveladora de que ya desde entonces el tema le interesaba.
Por supuesto, más allá de las 3 arriba mencionadas, las artes marciales aparecen aunque sea fugazmente en varias otras novelas cubanas de CF.
Por ejemplo, en Espiral (Agustín de Rojas, 1982) el segundo de los Premios David, en 1980, los aurorianos han desarrollado su Arte de Combate, estilo sincrético de lucha sin armas que combina los mejores movimientos de todas las artes marciales conocidas, convirtiéndolo en deporte… cuyo principal precepto, por paradójico que resulte, es nunca dañar al oponente. Por eso uno de los competidores sufre terribles desgarrones musculares durante un combate, al verse obligado a contener su golpe cuando advierte que su antagonista no puede bloquearlo ni esquivarlo por estar “ido”. Una conducta, dicho sea de paso, perfectamente acorde con el verdadero espíritu de las artes marciales, que consideran que el único enemigo que vale la pena derrotar es uno mismo.
En la singular novela de espionaje-CF Confrontación (Juan Carlos Reloba & Rodolfo Pérez Valero, 1985) varios de los personajes, tanto de la contrainteligencia cubana como de sus enemigos corporados de países capitalistas, exhiben dominio de artes marciales durante sus enfrentamientos físicos, además de emplear armas de fuego y otras.
Algo muy similar sucede en Amor más acá de las estrellas (Rafael Morante, 1987) que fuera premio David en 1984: los extraterrestre humanoides que visitan la Tierra, y de los que hay dos facciones en pugna, emplean técnicas de combate que, aún sin ser detalladamente descritas, resulta evidente que pertenecen a un arte marcial extremadamente sofisticado; ni todo el entrenamiento en kárate-do del protagonista humano le permite hacerle frente ni siquiera a una “débil” mujer que las pone en práctica.
Si bien casi desnocida en nuestro país por haber sido publicada por Mondadori y escrita en Barcelona Garbageland  (Juan Abreu, 2001) es una novela distópica que, dada la nacionalidad de su autor, aunque emigrado, creemos perteneciente con todo derecho al corpus narrativo de la CF cubana. En varias de las escenas del caleidoscópico texto aparecen personajes con habilidades marciales más o menos explícitas, pero por remitirnos a un solo ejemplo, valga mencionar a esa monja asesina que es capaz de esquivar las balas moviéndose más rápido que ellas en una extraña danza-sinfonía que improvisa con el combate como partitura.  Hilando fino, pueden verse aquí claras referencias a la hermandad Bene Gesserit de Dune, pero también al templo de Shaolín con sus monjes guerreros, lo mismo que a los letales ikko-ikki, sus similares del Japón feudal, por no mencionar a hermandades monástias militarizadas occidentales como los Templarios.
Para terminar, también en varios de los cuentos o pasajes de la novela que en conjunto integran su monumental obra neociberpunk[23] Habana Underguater, aún inédita en Cuba, Erick Mota incluye personajes con dominio de una o varias artes marciales; menciona las más tradicionales, como kárate o tae-kwon-do,  junto con estilos relativamente recientes, como el krav-magá israelí.
Y ¿quién sabe en cuántas novelas de las que ahora mismo están escribiendo los más jóvenes autores del patio aparecerán pasajes que deban en mayor o menor medida su intensidad dramática al uso de las artes marciales por sus personajes?
A MANERA DE CONCLUSIONES
Nuestro ferviente deseo al emprender el periplo analítico anterior, aún siendo breve y epidérmico, ha sido mostrar que, como todas las facetas de la cultura humana, las artes marciales también pueden ser un elemento más en la panoplia de herramientas de los autores de CF al concebir sus fantasiosos universos.
Reiteramos nuestra opinión de que la inclusión en el cine del género de escenas en las que los personajes muestran habilidades marciales puede ser contraproducente, si no se dispone de actores físicamente preparados para, al menos, fingir que poseen el nivel técnico requerido. Incluso la magia de coreógrafos de escenas de combate como Yuen Woo-ping tiene sus límites: pueden convencer al gran público de que Neo-Keanu Reeves sabe lo que está haciendo… pero en ningún caso contentar a un conocedor medianamente versado.
En la literatura, por otra parte, los autores tienen mucha mayor libertad, poder… y responsabilidad, como diría Stan Lee: dado que lo verosímil o convincente que resulten sus escenas de combate físico depende tanto de su habilidad como narradores como de su conocimiento de las artes marciales, recomendamos al menos adquirir algunas mínimas nociones de estas disciplinas antes de lanzarse a describir movimientos fantásticos que creen espectaculares o letales, pero que al ser leídos por un simple aficionado resultan ridículos, ineficaces y facilísimos de contrarrestar, lo que produce el efecto exactamente contrario al que se pretendía: mostrar la competencia combativa del personaje que los emplea.
Ningún conocimiento es superfluo para un creador de CF. Ya sean las artes marciales exóticas, la cetrería o la resolución de crucigramas, la clave de la excelencia está en integrarlos de manera orgánica al worldbuilding y a las acciones que figuren en todo el texto.
Arigató, gozae-mazá… y make the Force be with you, youngs jedis.
23 de nero de 2014.



[1] Expresión japonesa que significa, grosso modo ¡a combatir! y por tanto se usa para dar inicio a los enfrentamientos en casi todas las artes marciales oriundas de dicha cultura.
[2] Por ejemplo, Timecop (1994), de Van Damme, con su enrevesada trama de viajes en el tiempo, no por gusto considerada su mejor película y de paso la más taquillera; o la mucho más olvidable Furia silenciosa (Silent rage, 982), de Chuck Norris, donde el futuro ranger Walker enfrenta a un criminal psicópata con increíbles fuerza y poderes regenerativos, que le proporcionó mediante misteriosas inyecciones el científico loco de marras.
[3]Por ejemplo, la sensibilidad de Mace Windu a los “Puntos de Ruptura” del futuro.
[4] Aunque en algunos momentos de la trilogía original se declara que sólo la poseen los seres vivos.
[5] Para algunos, nada menos que las mitocondrias ¿La Fuerza como efecto de un ADN primordial?.
[6] Los interesados en más detalles, vean el fascinante mockarticle paracientífico de Erick Mota al respecto, publicado en uno de los números del extinto e-zine Disparo en red.
[7] Véase las que blanden el conde Dooku y su discípula Asajj Ventress.
[8] Aunque su coreógrafo de artes marciales fue nada menos que el reputadísimo Yuen Woo-ping.
[9] En la vida real ninguno ha pasado del décimo, honoríficamente reservado para su creador, Funakoshi Gichin y un puñado de alumnos aventajados.
[10] Por no decir directamente Serie B, que ya en nuestros días es un término obsoleto.
[11] Hay antecedentes, claro. En el convulso Japón de la Era Sengoku, cuando la introducción de los tanegashimas o arcabuces de mecha cambió el balance estratégico del Imperio, se crearon algunas katás típicamente de artes marciales para facilitar y optimizar el  manejo de estas engorrosas armas de fuego, e incluso su uso con bayonetas. Cierto que entonces en el archipiélago no existían apenas pistolas, que tampoco eran precisamente muy portátiles. Más recientemente, el Krav-Magá israelí ha desarrollado algunas técnicas ligeramente similares a las de Equilibrium, pero son muy básicas y no están concebidas para un combate continuado, como en el filme.
[12] Un director ruso de bastante renombre, a cuyo arte se deben filmes tan espléndidos como La novena compañía (2005) sobre la guerra de Afganistán, y la más reciente Stalingrado (2013).
[13] ¿Posible referencia al Niten Ichi Ryu, estilo de esgrima con dos espadas típico del más famoso samurai de todos los tiempos, Miyamoto Musashi?  Arkadi, el mayor de los hermanos Strugatski, era traductor de japonés y experto en historia de esta nación; probablemente lo conocía.

[14] Un antiguo grado militar árabe.
[15] Es inolvidable el parlamento de “nadie le canta himnos al aliento ¡pero ay de quien no lo tenga!” que prefigura el ataque final del dios de la muerte contra su resistentísimo antagonista.
[16] Algunos lo equiparan al famoso “desenfundar veloz y disparar preciso” de los pistoleros, propularizado por tantos filmes del Oeste. Aunque, por supuesto, hacerlo con espada es mucho más difícil que con revólver, y requiere muchas más horas de práctica.
[17] Un entrenamiento real del iai-jutsu… y tan absolutamente agotador como bien describe Stpehenson, aunque en el arte marcial nipón se usa un pesado bokken o espada de madera especial, el suburi to.
[18] En una traducción se dice muy explícitamente “rodó por el suelo en acrobacia ukemi de karate”. Otra, más fiel y escueta, se limita a poner “tomó ukemi”.
[19] La primera del ciclo fue Con perdón de los terrícolas (1983); las demás son: Cecilia después o ¿por qué la Tierra? (1987, reeditada en 2010); Krónicas Koradianas (1988); y Vida, pasión y suerte (1998)Holocausto 2084 (1999) es una obra relativamente independiente, cuya calidad literaria es, además, manifiestamente inferior a la de las demás.


[20] Go-rin no sho en japonés, para los curiosos.
[21] Sus iniciales son J. T Kirk…evidentemente para que coincidan con las del archifamoso comandante de la astronave Enterprise, interpretado por el actor Wiliam Shatner en la saga Star Trek; James Tiberius Kirk. Claro homanaje, aunque Erick no es un trekkie furibundo ni mucho menos…
[22] Cualquier coincidencia con la realidad cubana… es pura picardía del autor.
[23] U orisha punk, como prefiere llamarla él.

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