miércoles, 27 de agosto de 2014

OMEGA 3 por Eduardo del Llano Rodríguez



Ilustrado por Pascal Blanche (Francia)

Cuento inédito de Eduardo del Llano en el que esta basado el film cubano de igual título y dirigida por el propio Del Llano.


 Bolaños lo capturaron después de colocar la carga de C4 en el almacén de los Ollies. Lo más irónico fue que la carga no explotó y el almacén siguió atesorando quién sabe cuántas toneladas de esas porquerías que comen los Ollies, pero a mi compañero lo torturaron durante tres días y siete noches –cuando no había una batalla en marcha, las noches eran muy aburridas- antes de suministrarle el veneno. Al menos esos fueron los rumores que corrieron por el pelotón cuando fue evidente que Bolaños no regresaría. Nos acobardamos, nadie puede negarlo, el tipo había sido uno de los más hábiles, un veterano del primer día de la guerra. Pues bien, justo después de eso me enviaron de exploración a territorio Mac.
 Los Macs eran los peores de todos, los espartanos modernos, gente sin piedad a la que temían incluso los Frux y mucho los Ollies. No se esforzaban en convertir a nadie, en explicar sus ideas, en argumentar: para ellos, eras un Mac o tenías que estar muerto.  Ningún Mac había tenido éxito jamás como misionero o diplomático.  Y la muerte que daban era lenta y horrible.
-Como sé que eres básicamente cobarde, te lo pondré fácil –me dijo el teniente- el enemigo ha levantado un edificio destartalado al pie de las colinas. Demasiado destartalado para ser creíble. O eso opina el Mando. Debes llegar cerca de sus líneas, tomar un prisionero y traerlo aquí. No te expongas, no corras riesgos innecesarios.
 Juro que tuve ganas de replicar: “claro que no, ¿qué riesgo puede haber ahí?” pero me contuve porque la evaluación que el teniente había hecho de mí era bastante cierta. Esa misma noche, vestido de campaña y tiznado como un Pollock, emprendí la marcha hacia territorio Mac.
 No hay mucho que contar. Todo lo que mencionó el teniente estuvo allí, y desde luego me atuve a sus instrucciones: no me expuse, no me creí predestinado. La guerra no iba a esperar por mí. Estábamos en el duodécimo año, y por cómo pintaban las cosas, podríamos seguir empantanados algunas docenas más. Las fuerzas enfrentadas no iban a ceder, la última conferencia que buscaba la paz tuvo lugar durante los primeros seis meses del conflicto, de manera que nosotros continuaríamos metidos en trincheras, mal alimentados y suministrando héroes baratos. Bolaños no sería el último. Así que lo dicho: líneas enemigas, edificio ruinoso, prisionero y regreso.
 Sólo que el prisionero fui yo.

 El oficial Mac cenaba sin dejar de mirarme. O quizás desayunaba, no tenía idea del tiempo que estuve encerrado antes de ser conducido a su presencia, en un recinto que tenía de pañol y oficina no menos que de refectorio. En todo caso, mi encierro y su cena eran eventos desconcertantes, pues uno y la otra retrasaban el final, minaban su leyenda. Querrán sacarme información, pensé, pero visto el apetito del Mac, que tragaba su ración y cerraba los ojos para saborear cada bocado, no parecían tener prisa por obtenerla.
 Me habían capturado en circunstancias bastante humillantes, todo había que decirlo: recogiendo romero silvestre. Crecía cerca de la línea del frente, aunque no tanto del edificio que me ordenaran observar, y la verdad es que me alejé unos pasos, y luego medio centenar de metros, para colectar algunas escobillas aromáticas, hasta que la sexta o séptima plantita resultó tener sus raíces bajo la bota de un soldado enemigo. El muy cabrón no se contentó con capturarme, sino que se llevó también el romero.
Arte de Pascal Blanché
 El oficial terminó de tragar, se limpió la boca educadamente con una servilleta, extrajo la pistola de reglamento de su funda, vino hacia mí y aplicó la punta del cañón a mi sien.
 Tres minutos después seguíamos en la misma posición, así que me atreví a respirar, toser y rascarme. El tipo bajó el arma y vaciló como si, al no amenazarme directamente, su presencia a mi lado fuese un poco ridícula.
-No me diga que no le gustaba –advirtió.
-¿Que no me gustaba qué?
- El olor de mi cena.
-Discúlpeme si no presté atención a los aromas –repliqué con ejemplar sarcasmo- nuestros jefes no nos enseñan a tener las prioridades claras.
- Puede apostar a eso –dijo el Mac- a diferencia de los Ollies y los Frux, ustedes los Vegs tienen la verdad a su alcance. Bastaría que prestaran más atención.
- Nadie es perfecto, ya sabe.
- Quizás sólo estén confundidos –continuó el oficial, ignorándome- quizás valdría la pena el intento de hacerles ver la luz.
 El concepto de conversar con un prisionero… qué digo, el concepto mismo de tomar un prisionero era pura iconoclasia para un Mac. Me pregunté si sus superiores sabrían que yo estaba allí, que aquel tipo raro se proponía adoctrinarme. Qué suerte la mía, toparme con un Mac de mente abierta, que amenazaba con darme a tragar su verdad. Prefería cien veces que me metiera una bala en la cabeza.
-Ustedes no son fanáticos como los Frux ni oportunistas como los Ollies. De existir una alianza entre Vegs y Macs, la guerra terminaría en seis meses. Y quizás podríamos luego exterminar a los Cars, el verdadero enemigo.
 Pestañeé asombrado.
-¿Los Cars? Creí que eran una leyenda. Que desaparecieron hace más de una década.
- Desaparecieron de este continente, pero son fuertes en otros sitios. Hablo de aniquilarlos, borrarlos de la faz del planeta.
 Sentí toda la miseria de mi situación. Llevaba muchas horas sin comer ni beber, y aunque no me golpearon demasiado, registraba dolores en diversas zonas del cuerpo. Encima, me hallaba a merced de un iluminado que creía de verdad que la guerra iba a terminar alguna vez, que un ejército y una nación destrozarían a los demás y que esa victoria implicaría la legitimación de su doctrina.   
 El Mac pareció leer mi pensamiento.
-¿Tiene hambre?
 Decidí provocarlo para terminar rápido.
-¿Tiene comida? No esa basura macrobiótica, ese arroz integral que apesta a carroña. Comida de verdad.
-Ya. Supongo que se refiere a tomates y cosas así. ¿Sabe lo dañino que es un tomate? ¿Quiere que le deje alguna literatura seria al respecto?
-Preferiría morir.
-Y morirá, no lo dude –el oficial me miró con algo parecido a la simpatía- con todas esas toxinas que tragan los Vegs, su organismo debe estar cayéndose a pedazos. ¿Y sabe qué es lo irónico? Que ustedes creen que pelean en nombre de la salud universal. Que cualquier vegetal es sano por el hecho de serlo.
- Usted lo ha dicho: los vegetales son sanos. La macrobiótica, en cambio, gana por un lado lo que pierde por otro. Para ustedes la comida no es un placer, es medicarse tres veces al día.
- Según esa lógica, los Cars serían los más sabios de todos. La carne es sabrosa.
-¿Cómo lo sabe? ¿Acaso la ha probado?
 El Mac arrastró una silla, la emplazó frente a mí y se dejó caer en ella. Habló sin mirarme.
-Antes de la guerra –confesó, estremecido- mis propios padres me… me la dieron a probar una vez.
 Sentí un escalofrío de horror. Había escuchado de cosas espantosas que padres sin temor a Dios hacían a sus hijos, pero nada como aquello. ¿Adónde podía llegar la inhumanidad humana?
-¿Y qué fue?
- Puerco –jadeó- creo que puerco.
 Sentí deseos de vomitar, pero me contuve. Igual tenía el estómago vacío.
-Lo siento –dije.
- Esta bien –repuso- el tiempo lo cura todo. Aunque hay noches en que no puedo dormir, y el recuerdo de aquel sabor diabólico me impide respirar. En esos momentos, un ataque de ustedes es una bendición.
 Pude comprender el sentimiento. También yo sentía una especie de alivio cuando entraba en combate, porque entonces no pensaba ni me hacía preguntas, toda mi energía se concentraba en lograr que no me mataran. El resto del tiempo, que era casi todo, uno pensaba en el futuro y en el pasado, y se volvía loco.
 Hubo una época en que ser vegetariano, macrobiótico, frugívoro, ovolácteo o incluso carnívoro constituía una mera elección personal, y nadie se peleaba por eso. Es verdad que cada grupo creía defender la solución correcta y exclusiva para la salud humana, pero no mataban a los humanos en nombre de la salud. Fue así hasta que se empezó a hablar de Omega 3, del PH del organismo, de vitaminas híbridas, de lo feo que luce al microscopio el intestino delgado de un tipo que come hamburguesas. No digo que eso tuviera que ver; simplemente, la gente se volvió fundamentalista en lo tocante a la salud, como ya lo era en materia política. Un macrobiótico, en nombre de su bienestar, condenaba a sus hijos a comer arroz integral y sopa de arroz integral; el cónyuge lo acusaba de torturar a los chicos, y lo llevaba a juicio. Del terreno legal se pasó enseguida a las mafias, los pequeños ejércitos personales, y luego a los Macs, los Ollies, los Frux, los Vegs, los Fishies, quién sabe cuántas facciones, todas abogando por una humanidad sana. Yo era un Veg; mi mujer, que adoraba el pollo frito, me dejó y no volví a saber de ella. Ya habían pasado doce años.
 Era una guerra sucia. Cepas humanas enteras desaparecían cuando los Ollies rociaban químicos con sabor a carne sobre las plantaciones de manzanas de los Frux, cuando los científicos Veg sometían a radiaciones las gallinas de los Ollies para hacerlas poner huevos sorpresa, cuando espías Fishies derramaban toneladas de orines en la sopa de un poblado Mac (aunque en este caso las víctimas ni siquiera advertían la diferencia). Lo cierto es que  la guerra había exterminado a dos terceras partes de la población del continente, pero la proporción entre los grupos seguía siendo aproximadamente la misma. En otras palabras, nadie iba ganando. Los Macs, como queda dicho, por lo habitual se deshacían de sus enemigos sin intentar evangelizarles, pero las demás facciones torturaban a sus prisioneros a base de conferencias y degustaciones. Se daban muy pocos casos de apostasía, de traición auténtica. Ser forzados a comer los alimentos del enemigo era, para la inmensa mayoría de los combatientes, motivo suficiente para el suicidio, aunque generalmente morían antes de intentarlo: en ocho de cada diez casos bastaba un par de porciones para morir intoxicados.
 -¿Por qué haces esto?  
 El Mac emergió de las dulces profundidades de su autoestima para considerarme con expresión de reproche.
-¿A qué te refieres?
-¿Por qué me cuentas todo eso de tus padres? ¿Por qué me hablas de esa quimérica alianza? En una palabra, ¿por qué no me matas?
- Órdenes.
 Sentí un escalofrío. Si el alto mando de los Macs estaba enterado de que yo aún vivía, de que no me alojaron un proyectil en los sesos nada más verme, el mundo que yo conocía estaba cambiando. Y no podía ser para nada bueno. Nunca lo es.
-Absurdo –dije, procurando sonar desenfadado- si alguien no toma prisioneros, son ustedes.
- No eres un prisionero. Eres una rata de laboratorio.
-¿De laboratorio?
- El edificio nuevo. El que seguramente viniste a espiar.
-¿Qué van a hacerme?
- No me he atrevido a preguntar. Nada que vaya a gustarte, de eso puedes estar seguro.
 Respiré hondo para conjurar un incipiente ataque de pánico. ¿Qué coño iban a hacerme?
-Te lo estás inventando –dije- me hablaste de lo que podríamos hacer juntos, los Vegs y los Macs. Trataste de adoctrinarme en materia de tomates. ¿Para qué te habrías molestado, si van a experimentar conmigo?
-No pensaba en ti cuando te exponía mis ideas acerca de la alianza. Ustedes, los Vegs, son lo más parecido que tenemos a parientes cercanos… pero siguen siendo enemigos. No me hagas mucho caso. Es increíble lo que se aburre uno cuando lleva tres días de guardia.
 Husmeó en un recipiente metálico, y de él extrajo un par de cucharadas de una maloliente pasta de arroz. Se la comía cuando vinieron a llevarme. Aullé y supliqué, pero él se limitó a tragar en silencio, con aire ausente.

 La mente humana es incapaz de concebir tanto horror.
 Hace una semana que me tienen encerrado en el edificio destartalado. Cada día experimentan conmigo. Cada día envidio la suerte de Bolaños, mi viejo compañero.
 Pido perdón por el sonido casi obsceno de estas palabras: los Macs me obligan a comer carne.
 Y no me he muerto. Por alguna extraña razón, me veo incluso más saludable.
 En unos minutos llegarán con su infame bandeja cubierta de abominaciones. Todos los días lloro, suplico, prometo incluso traicionar y hacerme macrobiótico. Pero a los Macs no les interesa convertirnos. Quieren, eso sí, destruir lo que haya en mí de humano, arrastrarme a negros abismos de degradación forzándome a tragar sus repulsivas recetas. Lo advierto al mundo libre: tienen cocineros Cars a sueldo, fríos mercenarios sin piedad ni decencia. Hoy me han amenazado con ternera Cordon Bleu, langosta Thermidor, suprema de pollo deshuesado y ajíes asados rellenos con paté.
 Que Dios se apiade de mi alma.

                                                                      23 de julio de 2010

Sobre el Autor:
Eduardo del Llano Rodríguez (Moscú, Rusia, 1962) Es ya casi un lugar común iniciar
toda biografía de Del Llano escribiendo que el de nacer en 1962 en Moscú durante una visita de trabajo de sus padres a la entonces URSS fue el primer chiste de este humorista, que desde entonces ha acumulado un notable currículo. Licenciado en Historia del Arte y profesor en la Facultad de Filología por largos años. Fundador del mítico grupo NOS-Y-OTROS (1982-1997) que tanto aportó al humor escénico y escrito cubano (recientemente fueron recogidos algunos de sus mejores guiones en un libro) Autor, con otros miembros del grupo, de varios volúmenes de narraciones de humor: Cuentos de relaxo I y II; Aventuras del caballero del miembro encogido; Basura y otros desperdicios y Un libro sucio. A dúo con su “Walter Ego”, Luis Felipe Calvo, publicó la novela humorística de espionaje Virus (premio Abril). Es también responsable de los libros de cuentos Asesinos (relatos de CF); El beso y el plan; Cabeza de ratón (Premio Calendario); Los viajes de Nicanor (especie de versión fantástico-hilarante de las andanzas de Gulliver… con su eterno Nicanor O´Donnell como protagonista); Sex Machine; Todo por un dólar (editado en España); y El elefantito verde (cuentos infantiles), del poemario Nostalgia de la babosa, y de las novelas Los doce apóstatas; La clessidra de Nicanor (Premio Italo Calvino, editada en Italia) Obstáculo; Tres; El universo de al lado (aparecida en España); y Cuarentena, estas cuatro también fantásticas, sobre todo la penúltima, que incluye elementos claramente de CF, como los universos alternativos.
Eduardo no sabe bailar y dejó de fumar hace años, lo que lo hizo ganar unas libras que luego ha perdido con gran paciencia… que no esfuerzo, ya que es 100% antideportivo. Es uno de los seres más obsesivos del planeta con sus libros y CDs. Aunque, en honor a la verdad, se los presta a algunos socios escogidos… para luego llamarlos día a día hasta que se los devuelven.
Es también alérgico al huevo y fan irredento de los Rolling Stones y todo el buen rock de los 70 y 80, como lo demuestra su recordada serie de artículos El rock como estigma, aparecida en la revista El Caimán Barbudo a principios de los 90. Como guionista de cine, junto al resto de NOS-Y-OTROS, debutó en 1991 con la muy controvertida Alicia en el pueblo de Maravillas, del director Daniel Díaz Torres, con quien ha vuelto a trabajar luego en los filmes Kleines Tropicana; Hacerse el sueco y Lisanka (en colaboración aquí con su socio, escritor y también humorista Francisco García). Gerardo Chijona también filmó Perfecto amor equivocado sobre un guión suyo, y Fernando Pérez La vida es silbar y Madrigal. En los últimos años, por si fuera poco,  se ha dedicado a dirigir cortometrajes inspirados en sus historias; es de todos conocido su Decálogo de Nicanor… y se mantuvo fiel a su idea original de que ninguna tenga título en español: Monte Rouge; High Tech; Photoshop; Homo sapiens; Intermezzo; Brainstorm; Pas de quatre; Aché; Pravda y Exit. También ha dirigido documentales como GNYO, sobre la historia del grupo Nos-Y-Otros; y otros diversos cortos de ficción, como La verdad acerca del G2 y Casting. 
¿Falta algo? ¡Ah, sí!: ya ha dirigido dos largometrajes. Vinci (2012) basada en un oscuro episodio de la juventud del gran Leonardo Da Vinci; y Omega 3, recién estrenada, de ciencia ficción.
Y la Ana a la que dedica tantos de sus cuentos no es su novia ni su esposa, sino su hija mayor… que acaba de hacerlo abuelo.

Sobre el ilustrador:
 Pascal Blanché (Canadá) artista 3D y director artístico freelance.
Comencé mi Carrera en 1993 en la revista TILT, dedicada a los videosjuegos y muy pronto comencé a trabajar en este campo por más de doce años en Virtual Xperience, Xilam, Haikus Studios y Sony, trabajó en el primer film franco-canadiense completamente generado por ordenado “Kaena: The Prophecy”
Actualmente soy el director artístico de Ubisoft para el desarrollo de juego como Myst IV: Revelation, y Naruto: Rise of a ninja para Xbox360.
Como freelance ha colaborado con Autodesk, Fantasy flight games y Wizards of the coast.
Tengo varios proyectos personales en los que sacaré con más tiempo, pero esa es otro historia.


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